sábado, 26 de febrero de 2011

El ingreso en el Laboratorio Perverso

Después de un tiempo sin escribir por motivos de salud y complicaciones del mobbing que vengo sufriendo, retomo el hilo de la historia en el punto en el que la había dejado.


El ingreso en el Laboratorio Perverso

En agosto de 2008, después de poco más de un mes de baja, me tuve que incorporar a trabajar en el Hospital. El laboratorio había cambiado mucho desde que me echaron, a finales del 2007.
El laboratorio era nuevo totalmente: hecho a gusto y capricho del Jefe. Se había proporcionado un despacho grande y para él solo, cosa que antes no tenía. Para los Bioquímicos había preparado un despacho con cuatro mesas, cuatro sillas y cuatro ordenadores. Contando que cuando yo llegué éramos cinco los analistas que teníamos que trabajar en Bioquímica y los cuatro puestos estaban ocupados, era muy evidente que no había sitio para mí. Yo me quedé sin mesa, sin silla y sin ordenador.

El recibimiento del Jefe del Laboratorio fue muy caluroso por su parte, éstas fueron sus palabras (la cara marcada por el desprecio):

Jefe: ¿Qué haces aquí?, no te esperaba. Tengo todas las plazas cubiertas con gente nueva. No te necesito.

Yo: Ya te comuniqué por correo (e-mail) que vendría hoy. Si quieres que no haga nada y me vaya a casa dímelo por escrito.

Jefe: Espérate por ahí que voy a reunir a los facultativos para consultarles dónde te pongo.

Sólo había 2 facultativos trabajando ese día y eran nuevos (incorporados unos meses antes). Después de media hora pululando por el laboratorio sin saber qué hacer volví al despacho del Jefe y éste, mirándome a la cara con el más absoluto de los desprecios, me dijo: ¿Todavía sigues aquí?. Y esta vez sí, nos reunimos en la Sala de Runiones los cuatro: el Jefe, los dos facultativos nuevos y yo. Entre los tres me asignaron una sección que la llaman ORINAS y que en ese tiempo era la más pesada, porque todo el trabajo del facultativo consistía en mirar al microscopio.

El Laboratorio también se había renovado en cuestión de personal gracias a los tejemanejes del Jefe y su brazo derecho (la Supervisora). De Técnicos de Laboratorio (TEL) sólo quedaban dos personas antiguas y con plaza fija. De cinco facultativos de Bioquímica con plaza fija, ese verano, sólo estábamos trabajando tres personas: El Jefe, su brazo izquierdo (Encargada de la Calidad) y yo. Dos facultativos estaban de baja y otro estaba en comisión de servicio en otro hospital: así que había tres personas contratadas trabajando en su lugar.

Desde el primer día que me incorporé a mi lugar de trabajo, sólo una persona me hablaba en la sección de Bioquímica: la TEL que trabajaba conmigo; el resto ni me saludaban. En el resto de las secciones del laboratorio, Hematología y Microbiología, pasaba otro tanto: sólo me hablaba una TEL, una enfermera y un facultativo de Hematología. Desde el primer momento, pude captar que el Jefe había extendido su odio por todo el laboratorio.
En lugar de incorporarme a un lugar de trabajo me había incorporado a un ejército, conducido con mano de hierro, cuya munición era el odio. Si hay en este mundo una emoción que se extiende más rápido que un reguero de pólvora, y que es tan perjudicial como ella, ésa es sin lugar a dudas el odio.

Desde ese momento supe que estaba en el punto de mira del "Ejército de Hierro" con el Jefe de Laboratorio como capitán, su brazo izquierdo (encargada de la Calidad) de sargento y su brazo derecho (Supervisora) de cabo.