martes, 6 de mayo de 2014

La mejor arma del Capitán


La primera y más importante arma de cualquier ejército es una buena red de espionaje.
Y, por supuesto, ésta es también el arma primordial del Capitán: tener una buena red de informadores, algunos de los cuales están en puestos importantes y otros están presentes en las reuniones importantes para él.
Es imprescindible para él saber con antelación lo que va a pasar, dónde, cómo y cuando, para poder actuar y salir vencedor.

El Capitán, de esta manera, se entera de todo lo que pasa en el hospital y alrededores permaneciendo tranquilamente sentado en su querido despacho.

Como buen maquiavelo que es, dedica todas sus fuerzas a conseguir su fin, sin importarle los medios.
Le importan un comino las personas y no tiene ninguna empatía con ellas.
Sólo le interesan los macacos, gente influyente relacionada con ellos, y cualquier persona que le apoye y le ayude a mantener su feudo a su manera.

Por eso se ha ido haciendo amigo de los sucesivos macacos Directores y Gerentes que han ido pasando por el hospital.

Y, por eso, se ha ocupado de que en el laboratorio haya ojos y orejas por todas partes que no descansan. Cualquier cosa que yo pueda decir o hacer que se salga de lo normal y que pueda parecer interesante, pues siempre hay alguien que raudo y veloz va a informar al Capitán.

Pero también tiene contactos fuera del hospital.
Una vez me caí, hace ya varios años, a la salida de Dirección y me lesioné la cadera. Eso fue en mi peor época, en la que más alterada y nerviosa estaba yo.
Pues bien, tuve que ir a la mutua de accidentes que cubre a los trabajadores del hospital y me dieron la baja.
Directamente de allí me fui al laboratorio para comunicárselo al Capitán y cuando llegué a su despacho, me dijo con una sonrisa, de oreja a oreja, que ya lo sabía. Alguien le había informado ya, y eso que de la mutua al hospital sólo debe haber unos 10 minutos.
Eso sí, el Capitán se mostró satisfecho y muy orgulloso de poder mostrarme que tiene informadores incluso fuera del hospital y que, pase lo que pase, él enseguida se enterará.

Pero por encima de todos sus informadores, destaca uno que es de lujo: un sindicalisto. Es muy listo, este personajillo.

Hace tantos años que este sindicalisto está liberado que ya casi nadie recuerda cuál es su profesión. Es médico, pero hace muchos años que se dedica a pasárselo bien.
La práctica médica la debe tener ya muy olvidada, pero teoría tiene mucha, sobre todo para sus tejemanejes, que es a lo que dedica su tiempo.

Tanto tiempo dedicado a lo mismo que conoce bien todos los secretos del hospital.

Y además es muy amigo del Jefe de Personal.

Y lo que es más importante, está en todas las reuniones que le interesan al Capitán.

Le he visto muchas veces, en momentos cruciales, en el despacho del Capitán hablando durante mucho rato con él.

Hace ya unos cuantos años pedí ayuda al Comité de Salud del hospital. Tuve que escribir una carta dirigida al Comité, comunicándole mis dificultades laborales y los problemas que me causaban el Capitán y sus secuaces.
El médico de Salud Laboral me dijo y me aseguró que nadie, fuera del Comité, se enteraría nunca de lo que yo había escrito.
Me dijo y me aseguró el médico, que todos los casos presentados al Comité son tratados con el más absoluto de los secretos.
  
El Comité de Salud hace reuniones periódicas para comentar y decidir cómo resolver los casos que se le presentan.
Bueno, eso de resolver es un decir por decir algo. En mi caso no resolvieron nada.

Y el reglamento del Comité de Salud dice que todos los asistentes a las reuniones e integrantes del Comité tienen la obligación de guardar secreto sobre todo lo que se presenta y se comenta en ellas.

En estas reuniones suele estar presente un delegado de cada sindicato que tiene representación en el hospital y, por tanto, el sindicalisto amigo del Capitán siempre está presente en las reuniones del Comité.

Pero por lo visto este personajillo sindicalisto no sabe, o no quiere saber, lo que quiere decir “obligación de mantener secreto”, porque en cuanto se presentó y comentó mi carta, le faltó tiempo para correr y decírselo al Capitán.

Otro personaje que no tenía ni idea de lo que quería decir “obligación de mantener secreto” era el Gerente del hospital en ese tiempo, el macaco Mazazo, gran amigo del Capitán y entonces presidente del Comité. A este gran inútil no se le ocurrió mejor idea que entregarle una copia íntegra de mi carta al Capitán.

Se ve que para estos dos tipejos el reglamento del comité sólo les sirve como papel higiénico.

Y así, el Capitán pronto tuvo mi carta en sus manos y así supieron él y sus secuaces, punto por punto, todo lo que yo había escrito y todo lo que sobre mí se había hablado.

Y ni corto ni perezoso, el Capitán leyó el contenido de la carta a todos los trabajadores del laboratorio. Y así todos los que trabajaban en ese momento supieron todo lo que yo había escrito.
¡Suerte que era secreto!

Y ni qué decir tiene, que si hasta ese momento las cosas para mí fueron mal, a partir de ese momento fueron aún peor.

Y ni qué decir tiene que mi caso se quedó en agua de borrajas, es decir, que nunca se hizo ninguna actuación, ni se llegó a ninguna resolución.

Y ni qué decir tiene, que el personajillo sindicalisto sigue con sus tejemanejes y sigue ignorando lo que significa la “obligación de mantener secreto”, y que cada vez que está presente en una reunión en la que salgo a relucir yo, le falta tiempo para correr y decirle al Capitán todo lo que allí se ha comentado.

¡Qué magnífica arma es este sindicalisto! ¡Y qué personajillo tan indecente e impresentable!

¡Vigilad, por tanto, trabajadores, qué decís, qué hacéis, qué y a quién escribís, que las paredes del hospital son muy finas!