La primera y más
importante arma de cualquier ejército es una buena red de espionaje.
Y, por supuesto, ésta es
también el arma primordial del Capitán: tener una buena red de informadores,
algunos de los cuales están en puestos importantes y otros están presentes en
las reuniones importantes para él.
Es imprescindible para él
saber con antelación lo que va a pasar, dónde, cómo y cuando, para poder actuar
y salir vencedor.
El Capitán, de esta
manera, se entera de todo lo que pasa en el hospital y alrededores
permaneciendo tranquilamente sentado en su querido despacho.
Como buen maquiavelo que
es, dedica todas sus fuerzas a conseguir su fin, sin importarle los medios.
Le importan un comino las
personas y no tiene ninguna empatía con ellas.
Sólo le interesan los
macacos, gente influyente relacionada con ellos, y cualquier persona que le
apoye y le ayude a mantener su feudo a su manera.
Por eso se ha ido
haciendo amigo de los sucesivos macacos Directores y Gerentes que han ido pasando
por el hospital.
Y, por eso, se ha ocupado
de que en el laboratorio haya ojos y orejas por todas partes que no descansan.
Cualquier cosa que yo pueda decir o hacer que se salga de lo normal y que pueda
parecer interesante, pues siempre hay alguien que raudo y veloz va a informar
al Capitán.
Pero también tiene
contactos fuera del hospital.
Una vez me caí, hace ya
varios años, a la salida de Dirección y me lesioné la cadera. Eso fue en mi
peor época, en la que más alterada y nerviosa estaba yo.
Pues bien, tuve que ir a
la mutua de accidentes que cubre a los trabajadores del hospital y me dieron la
baja.
Directamente de allí me
fui al laboratorio para comunicárselo al Capitán y cuando llegué a su despacho,
me dijo con una sonrisa, de oreja a oreja, que ya lo sabía. Alguien le había
informado ya, y eso que de la mutua al hospital sólo debe haber unos 10 minutos.
Eso sí, el Capitán se
mostró satisfecho y muy orgulloso de poder mostrarme que tiene informadores
incluso fuera del hospital y que, pase lo que pase, él enseguida se enterará.
Pero por encima de todos
sus informadores, destaca uno que es de lujo: un sindicalisto. Es muy listo,
este personajillo.
Hace tantos años que este
sindicalisto está liberado que ya casi nadie recuerda cuál es su profesión. Es
médico, pero hace muchos años que se dedica a pasárselo bien.
La práctica médica la
debe tener ya muy olvidada, pero teoría tiene mucha, sobre todo para sus
tejemanejes, que es a lo que dedica su tiempo.
Tanto tiempo dedicado a
lo mismo que conoce bien todos los secretos del hospital.
Y además es muy amigo del
Jefe de Personal.
Y lo que es más
importante, está en todas las reuniones que le interesan al Capitán.
Le he visto muchas veces,
en momentos cruciales, en el despacho del Capitán hablando durante mucho rato
con él.
Hace ya unos cuantos años
pedí ayuda al Comité de Salud del hospital. Tuve que escribir una carta
dirigida al Comité, comunicándole mis dificultades laborales y los problemas
que me causaban el Capitán y sus secuaces.
El médico de Salud
Laboral me dijo y me aseguró que nadie, fuera del Comité, se enteraría nunca de
lo que yo había escrito.
Me dijo y me aseguró el
médico, que todos los casos presentados al Comité son tratados con el más
absoluto de los secretos.
El Comité de Salud hace
reuniones periódicas para comentar y decidir cómo resolver los casos que se le
presentan.
Bueno, eso de resolver es
un decir por decir algo. En mi caso no resolvieron nada.
Y el reglamento del
Comité de Salud dice que todos los asistentes a las reuniones e integrantes del
Comité tienen la obligación de guardar secreto sobre todo lo que se presenta y
se comenta en ellas.
En estas reuniones suele
estar presente un delegado de cada sindicato que tiene representación en el
hospital y, por tanto, el sindicalisto amigo del Capitán siempre está presente
en las reuniones del Comité.
Pero por lo visto este
personajillo sindicalisto no sabe, o no quiere saber, lo que quiere decir
“obligación de mantener secreto”, porque en cuanto se presentó y comentó mi
carta, le faltó tiempo para correr y decírselo al Capitán.
Otro personaje que no tenía
ni idea de lo que quería decir “obligación de mantener secreto” era el Gerente
del hospital en ese tiempo, el macaco Mazazo, gran amigo del Capitán y entonces
presidente del Comité. A este gran inútil no se le ocurrió mejor idea que
entregarle una copia íntegra de mi carta al Capitán.
Se ve que para estos dos
tipejos el reglamento del comité sólo les sirve como papel higiénico.
Y así, el Capitán pronto
tuvo mi carta en sus manos y así supieron él y sus secuaces, punto por punto,
todo lo que yo había escrito y todo lo que sobre mí se había hablado.
Y ni corto ni perezoso,
el Capitán leyó el contenido de la carta a todos los trabajadores del
laboratorio. Y así todos los que trabajaban en ese momento supieron todo lo que
yo había escrito.
¡Suerte que era secreto!
Y ni qué decir tiene, que
si hasta ese momento las cosas para mí fueron mal, a partir de ese momento
fueron aún peor.
Y ni qué decir tiene que
mi caso se quedó en agua de borrajas, es decir, que nunca se hizo ninguna
actuación, ni se llegó a ninguna resolución.
Y ni qué decir tiene, que
el personajillo sindicalisto sigue con sus tejemanejes y sigue ignorando lo que
significa la “obligación de mantener secreto”, y que cada vez que está presente
en una reunión en la que salgo a relucir yo, le falta tiempo para correr y
decirle al Capitán todo lo que allí se ha comentado.
¡Qué magnífica arma es
este sindicalisto! ¡Y qué personajillo tan indecente e impresentable!