Los macacos, ya se sabe,
son unos macacos integrales. ¡No tienen alma!
No tienen empatía por el
prójimo y sólo aspiran al poder, a la satisfacción de sentirse importantes y a
embolsarse cuanto más dinero mejor.
¡Caiga quien caiga!
En mi recorrido del
mobbing han pasado cuatro macacos Directores.
El primero era un inútil
que sólo aspiraba a no hacer nada, a que lo dejaran tranquilo, y nunca quiso
recibirme para hablar con él.
El segundo no era un
macaco común, pero entró, vio el panorama y se largó pronto.
Y, el último, el cuarto,
es un inútil que también quiere vivir tranquilo y todo su trabajo consiste en
apoyar, desde la retaguardia, el mobbing del Capitán.
Este último Director fue
el que intentó que no me reincorporara al trabajo, cuando el juez dictaminó que
me tenía que incorporar inmediatamente. Eso fue cuando el macaco Consejero me
echó a la calle por resolución de mi expediente disciplinario.
Fue este cuarto macaco
Director el que me dijo que me fuera a casa, que ya me avisarían cuando el
Capitán decidiera que me pudiera incorporar al trabajo. O sea, ¡nunca!
¡Todo para poder acusarme
de ausencia en mi puesto de trabajo!
¡Será canalla el
grandísimo macaco!
Pero el más importante y
el más activo fue el tercero: ¡el gran macaco Molino!
Este macaco se hizo muy
amigo del Capitán y le apoyó en todo, y todo el tiempo que duró su dirección.
Me acosaba por la
sensación de poder, porque le henchía de satisfacción y por la diversión. ¡Y
qué diversión! ¡Este macaco se divirtió de verdad! ¡Y mucho!
Cada vez que me llamaba a
su despacho lucía en su cara una sonrisa irónica que me decía: ¡Ahora sí que no
te vas a poder escapar!
La primera gran encerrona
que me preparó fue para acusarme de que llegaba tarde a trabajar. Imposible
olvidar aquel día, ¿verdad señor macaco?
Preparó una reunión, orgía
acusadora y acosadora, con el Capitán, la Sargento y dos contratados cuya
misión era la de asentir a todo lo que allí se dijera en contra de mí.
¿Se acuerda, señor
macaco, las veces que repitió que todos decían que yo llegaba tarde?
¡Y claro, no quiso
creerme a mí cuando le dije que no era cierto!
Y… ¿se acuerda de que le
solicité que pusiera un reloj para que pudiéramos fichar todos? Pero claro eso
no podía ser. ¡No se fueran a poner en evidencia el Capitán y la Sargento!
Porque usted ya sabía que la Sargento llegaba una hora tarde a trabajar todos
los días y el Capitán aún más tarde.
¿Se acuerda de que tuve
que abandonar la reunión porque me encontraba al borde de un ataque de nervios?
¡Y tuvo que humillarme!,
haciéndome firmar cada día al entrar a trabajar. ¡He sido el único facultativo
en toda la historia del hospital que ha tenido que fichar!
¡Qué gran logro para
usted! ¡Qué placer! ¡Qué cara de diversión lucía todas las mañanas cuando
entraba yo a firmar en su despacho!
Y… ¿se acuerda de cuando
el Capitán no me quería firmar las vacaciones ni los días de fiesta? ¡Lo que me
llegaron a amargar la vida en aquella etapa! ¡Fue el momento con más ansiedad
de mi vida! ¡Tenía siempre la tensión por las nubes!
Y… ¿se acuerda de aquel
día que bajó al despacho del Capitán porque éste quería que yo cambiara mis
días de fiesta de Navidad por otros que no me interesaban, sólo por
fastidiarme?
Me llamó desde el
despacho del Capitán, porque desde allí usted podía verme a través del cristal
del despacho.
Ese día se divirtieron de
lo lindo, ¿eh? ¡Qué bien podían ver, los dos desde el despacho del Capitán, la
angustia y la ansiedad que me estaba entrando!
¡Me tuve que ir a
Urgencias! ¡Tenía la tensión por las nubes!
Y, usted se pasó por allí
para ver qué bien le había salido la jugada.
¡Qué pena que no me diera
un infarto! ¿Verdad?
O, ¡que no me fuera al
otro barrio, de camino a casa! Pero no, esto no pudo ser porque me vino a
buscar mi marido.
¡Ah! ¡Eso sí! En el expediente
me ha acusado de no ir a trabajar al día siguiente.
¡Lástima, para usted, que
yo tenga el justificante de la baja!
Y… ¿Qué decir del día que
le llamó la Sargento para que me obligara a hacer un trabajo que no me
correspondía y que yo no podía hacer porque estaba hasta el cuello de trabajo?
Ese día me tuvo una hora
al teléfono, repitiéndome y repitiéndome sin parar, que la culpa de mis
problemas era mía y que su intención era arreglar los problemas del
laboratorio.
¡Qué gran macaco es
usted! ¡Lo que se ha llegado a divertir a mi costa!
¡Una hora! Repitiendo y
repitiendo, como un disco rayado, dos únicas frases: “¡Qué yo era la culpable
de mis problemas!” y, “que su intención era arreglar los problemas que yo
causaba en el laboratorio”. ¡Toda una hora, repitiendo y repitiendo lo mismo!
A eso los psicólogos lo
llaman provocar “terror psicológico telefónico”.
Y… ¿Qué decir del día que
montó una escaramuza de linchamiento psicológico, orgía acusadora y acosadora y
me agredió psicológicamente, con la ayuda del Jefe de Personal y del soldado nº
1, en la pequeña salita donde estaba yo
sola desayunando?
¡Aquel día si que se
divirtió, y mucho!
¿Se acuerda cuántas veces
me acusó de no querer trabajar, y que por eso usted me quitaba todas mis
funciones, repitiéndomelo una y otra vez, como un disco rayado, sin poder decir
yo ni una palabra? ¿Cuántas veces serían? ¿Veinte o treinta?
Y me dijo, de palabra,
que me quitaba todas mis funciones. Pero eso si, ¡sólo de palabra!, pues el
Jefe de Personal me entregó una nota que no la entendió ni mi abogado. Nadie ha
podido entender nunca qué me quieren decir en ese escrito.
¡Bonita manera de intentar
confundirme y volverme loca!: decir de palabra que me quitaba todas mis
funciones y entregarme un escrito que no ponía nada de eso y que nadie entendía
qué me quería decir.
¡Claro que su intención
era que yo abandonara mi puesto de trabajo! ¡Como me dejó sin trabajo, se pensó
que me iría a llorar a casa y ya no volvería!
Y así me lo confirmó el
Capitán al día siguiente. Me dijo que yo no tenía que estar allí, que ya no
tenía ningún trabajo que hacer, que me lo habían quitado todo y que yo ya no
pintaba nada en el laboratorio.
¡Suerte que entonces pude
mantener un poco de cordura y no me moví de mi sitio! ¡Suerte para mí, claro!
Supongo que el Capitán se debía revolver de rabia.
¡Fue la etapa más dura y
miserable de mi vida! ¡Tenía siempre la tensión disparada!