“Siempre habla quien más tiene que callar” dice el adagio popular, y ¡qué razón tiene!
Mientras a mí me han
acusado de llegar tarde a trabajar y de que muchos días ni tan siquiera
llegara, los 4 Mosqueteros están henchidos del orgullo de poder hacer lo que
les plazca con el beneplácito del inútil macaco Director.
Los 4 Mosqueteros son el
Jefe del laboratorio y sus tres acólitos, que ya andan torcidos de tanto irle
detrás y besarle el trasero.
Mientras que yo siempre
he cumplido con todo el papeleo y he sido vigilada para que no me pasara ni un
pelo, ellos presumen de tener licencia para faltar al trabajo sin ningún tipo
de justificante y de llegar al trabajo a la hora que les da la real gana.
De todos los que
trabajamos en el laboratorio, el Jefe, la Sargento y el Contratado son los que
diariamente, y como norma general, más tarde llegan a trabajar.
Mientras que el Jefe
intenta ser discreto, pasar desapercibido, que no se noten sus ausencias y que
nadie perciba sus continuas entradas y salidas diarias, los otros dos tienen el
pecho bien henchido de orgullo de poder llegar a la hora que ellos quieren.
Hace unos días la
Sargento y el Contratado protagonizaron un pasmoso y orgulloso acto de
sinceridad, que fue un momento realmente cómico.
En cuanto llegaron los
dos al despacho de los Analistas dejaron sus bolsas allí y salieron al
laboratorio donde el personal técnico ya estaba trabajando.
Primero fue la Sargento,
que en un lado del laboratorio y con su portentoso vozarrón anunció para que se
enteraran todos: “Hoy yo he llegado a las nueve menos diez”.
Se fue la Sargento y
ocupó ese lugar el Contratado que imitándola dijo: “Hoy yo he llegado a las
nueve menos veinte”.
Realmente debían estar
los dos muy contentos de haber conseguido esa proeza, pues hasta hace sólo unos
meses los dos llegaban siempre a las nueve.
Hubo una técnico que los
miraba alucinada, pues ella llega siempre antes de las ocho.
¡La pobre no entendió de qué iba el teatrillo! ¡Y los demás tampoco!