A mi médico (una mujer) no había manera de hacerle comprender qué le pasaba a mi cuerpo. Ella me insistía una y otra vez que yo tenía que aguantar y aguantar. Que en el trabajo se tenían que arreglar las cosas y que en Dirección tenían que solucionarlo todo: ¡Como si ellos no tuvieran la culpa! Yo le decía que, ¿Cómo lo iban a solucionar, si estaban encantados de hacerme la puñeta? Pero nada, no había manera de que entendiera qué me pasaba y no me quería dar la baja: decía que si me la daba después no querría volver a trabajar.
En mayo de 2008, cuando aún estaba en la Celda de Castigo, ya llevaba año y medio yendo cada dos por tres al médico. Primero fue por tensión alta y taquicardias: me envió a Cardiología y me recetaron un antibloqueante. Posteriormente por rinitis y mareos: me recetó un antihistamínico y un inhalador. Más tarde, por crisis de ansiedad y tensión alta (otra vez): me recetó un antidepresivo. Medicamentos y más medicamentos, así lo solucionan todo los médicos: sólo que a mí no me solucionaban nada. Al final, acabé en Salud Mental.
En la última etapa de la Celda de Castigo mi cabeza estaba hecha un lío; mis pensamientos eran repetitivos buscando una salida a mi problema, giraban y giraban en mi cabeza y no podía dormir. De la tensión mental que sufría se me contracturó la espalda y me costaba mantenerme derecha: era un sufrimiento diario tener que coger el coche e ir a trabajar.
A mi médico le costó mucho tiempo entenderlo, pero al final cuando yo ya no podía con mi alma reconoció que el trabajo me estaba matando y me dio la baja.
¡Por fin podía relajarme! Aunque me duró poco: sólo un mes. Mi médico seguía insistiendo que si lo alargaba más, yo no querría volver a trabajar.
En mayo de 2008, cuando aún estaba en la Celda de Castigo, ya llevaba año y medio yendo cada dos por tres al médico. Primero fue por tensión alta y taquicardias: me envió a Cardiología y me recetaron un antibloqueante. Posteriormente por rinitis y mareos: me recetó un antihistamínico y un inhalador. Más tarde, por crisis de ansiedad y tensión alta (otra vez): me recetó un antidepresivo. Medicamentos y más medicamentos, así lo solucionan todo los médicos: sólo que a mí no me solucionaban nada. Al final, acabé en Salud Mental.
En la última etapa de la Celda de Castigo mi cabeza estaba hecha un lío; mis pensamientos eran repetitivos buscando una salida a mi problema, giraban y giraban en mi cabeza y no podía dormir. De la tensión mental que sufría se me contracturó la espalda y me costaba mantenerme derecha: era un sufrimiento diario tener que coger el coche e ir a trabajar.
A mi médico le costó mucho tiempo entenderlo, pero al final cuando yo ya no podía con mi alma reconoció que el trabajo me estaba matando y me dio la baja.
¡Por fin podía relajarme! Aunque me duró poco: sólo un mes. Mi médico seguía insistiendo que si lo alargaba más, yo no querría volver a trabajar.