jueves, 8 de octubre de 2015

El talante del juez Blanco


Escribe el juez en el auto en el que me concede la medida cautelar: “El art. 130 de la LJCA establece como principio rector a la hora de determinar o establecer las medidas cautelares el que la no suspensión pudiera hacer perder su finalidad legítima al recurso, siendo obligado a ponderar los intereses en conflicto y tener en cuenta, según el párrafo segundo de dicho precepto, como dato contrario a dicha suspensión el que pudiera causar graves prejuicios al interés público o de terceros”.

Es decir, parece obvio, que la única razón para que me levantara la medida cautelar tendría que ser que yo pudiera causar graves prejuicios al interés público o de otras personas.

Y por tanto, dice el juez en su auto de levantamiento que pidió aclaración sobre cuales eran los motivos para solicitar la modificación.

Y el diabólico Elangelito, raudo y veloz, transmitió a través de la Instructora de mi segundo expediente los motivos que él había preparado para tan ansiada ocasión.

Y sigue diciendo el juez: “La administración ha explicado que siguen los mismos problemas que había anteriormente entre la recurrente sancionada y sus compañeros de trabajo, lo que ha dado lugar a la incoación de un nuevo procedimiento sancionador, considerándose que amenaza a los compañeros, hasta el punto de que se ha acordado la separación del espacio físico, así como que su rendimiento ha empeorado, habiéndose incoado el nuevo procedimiento por una falta grave de desconsideración y una muy grave de notorio incumplimiento de sus funciones”.

¡Ahí está el quid de la cuestión! ¡Por eso mis maquiavélicos no-compañeros y el satánico Gerente han hecho toda una puesta en escena para hacerme pasar por agresiva, violenta y, en general, por loca!

Y como su Ilustrísima está tocada por el dedo peperil, ha otorgado a los macacos la presunción de veracidad, sin sentir ninguna necesidad de comprobar nada.

¡Los ha creído a pies juntillas!

Cuando presenté mi primer expediente a uno de los abogados, uno de los varios que se han encargado de defenderme, me dijo algo muy interesante que parece ser una regla de oro en los actos judiciales: “Un juez, cuando seis personas (como es mi caso) dan una versión idéntica (aunque sea sospechosamente “perfectamente idéntica”) de los hechos y sólo una persona dice lo contrario, tiende a creer a los seis, aunque mientan”.

Es decir, que como en mi caso seis personas dicen que yo soy desconsiderada, agresiva, violenta, estoy loca y no quiero trabajar, pues va el juez y se lo cree, y sin comprobar nada de nada.

Y así fue, su Ilustrísima se creyó todo lo que los macacos le transmitieron y así lo repitió, como un disco rayado, en la Sentencia y en el auto posterior.

Pues a mí, un juez que actúa según este cliché no me parece normal, me parece un juez realmente funesto.
Pues a mí, que un juez, que debería actuar con imparcialidad y objetividad, dé por bueno todo lo que digan los macacos, cuando todo lo que dicen son opiniones, nimiedades, tonterías y estupideces, me parece un gran abuso de autoridad.

Además, su Ilustrísima Señoría es un juez tendencioso y muy dado a plasmar sus opiniones en sus autos.
En una de sus sentencias, para dirimir un caso de discriminación hacia las mujeres escribió: “La propia Ley de Igualdad está saturada de medidas no igualitarias y favorecedoras de la mujer que pretenden combatir una desigualdad previa con acciones de discriminación positiva”.

¡Será machista su Ilustrísima Señoría!

Seguro que piensa que todas las mujeres somos alborotadoras por naturaleza, que todo lo que a mí me ha sucedido es producto de mi imaginación y que he sido yo la que he montado el gran lío en el laboratorio.

¡Aquí está todo! ¡Un juez machista y tocado por el amiguismo peperil!

¡Su Ilustrísima no podía ser imparcial y justo conmigo!

¡Tendrá jeta su Señoría por muy Ilustrísima que sea!

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