Escribe el juez en el
auto en el que me concede la medida cautelar: “El art. 130 de la LJCA establece
como principio rector a la hora de determinar o establecer las medidas
cautelares el que la no suspensión pudiera hacer perder su finalidad legítima
al recurso, siendo obligado a ponderar los intereses en conflicto y tener en
cuenta, según el párrafo segundo de dicho precepto, como dato contrario a dicha
suspensión el que pudiera causar graves prejuicios al interés público o de terceros”.
Es decir, parece obvio,
que la única razón para que me levantara la medida cautelar tendría que ser que
yo pudiera causar graves prejuicios al interés público o de otras personas.
Y por tanto, dice el juez
en su auto de levantamiento que pidió aclaración sobre cuales eran los motivos
para solicitar la modificación.
Y el diabólico
Elangelito, raudo y veloz, transmitió a través de la Instructora de mi segundo
expediente los motivos que él había preparado para tan ansiada ocasión.
Y sigue diciendo el juez:
“La administración ha explicado que siguen los mismos problemas que había
anteriormente entre la recurrente sancionada y sus compañeros de trabajo, lo
que ha dado lugar a la incoación de un nuevo procedimiento sancionador,
considerándose que amenaza a los compañeros, hasta el punto de que se ha acordado la separación del espacio
físico, así como que su rendimiento ha empeorado, habiéndose incoado el nuevo
procedimiento por una falta grave de desconsideración y una muy grave de
notorio incumplimiento de sus funciones”.
¡Ahí está el quid de la
cuestión! ¡Por eso mis maquiavélicos no-compañeros y el satánico Gerente han
hecho toda una puesta en escena para hacerme pasar por agresiva, violenta y, en
general, por loca!
Y como su Ilustrísima
está tocada por el dedo peperil, ha
otorgado a los macacos la presunción de veracidad, sin sentir ninguna necesidad
de comprobar nada.
¡Los ha creído a pies
juntillas!
Cuando presenté mi primer
expediente a uno de los abogados, uno de los varios que se han encargado de
defenderme, me dijo algo muy interesante que parece ser una regla de oro en los
actos judiciales: “Un juez, cuando seis personas (como es mi caso) dan una
versión idéntica (aunque sea sospechosamente “perfectamente idéntica”) de los
hechos y sólo una persona dice lo contrario, tiende a creer a los seis, aunque
mientan”.
Es decir, que como en mi
caso seis personas dicen que yo soy desconsiderada, agresiva, violenta, estoy
loca y no quiero trabajar, pues va el juez y se lo cree, y sin comprobar nada
de nada.
Y así fue, su Ilustrísima
se creyó todo lo que los macacos le transmitieron y así lo repitió, como un
disco rayado, en la Sentencia y en el auto posterior.
Pues a mí, un juez que
actúa según este cliché no me parece normal, me parece un juez realmente
funesto.
Pues a mí, que un juez,
que debería actuar con imparcialidad y objetividad, dé por bueno todo lo que
digan los macacos, cuando todo lo que dicen son opiniones, nimiedades, tonterías
y estupideces, me parece un gran abuso de autoridad.
Además, su Ilustrísima
Señoría es un juez tendencioso y muy dado a plasmar sus opiniones en sus autos.
En una de sus sentencias,
para dirimir un caso de discriminación hacia las mujeres escribió: “La propia
Ley de Igualdad está saturada de medidas no igualitarias y favorecedoras de la
mujer que pretenden combatir una desigualdad previa con acciones de
discriminación positiva”.
¡Será machista su
Ilustrísima Señoría!
Seguro que piensa que
todas las mujeres somos alborotadoras por naturaleza, que todo lo que a mí me
ha sucedido es producto de mi imaginación y que he sido yo la que he montado el
gran lío en el laboratorio.
¡Aquí está todo! ¡Un juez
machista y tocado por el amiguismo peperil!
¡Su Ilustrísima no podía
ser imparcial y justo conmigo!
¡Tendrá jeta su Señoría por muy Ilustrísima que sea!
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