martes, 8 de junio de 2010

El final en la celda de castigo

Siete meses aguanté en la celda de castigo; al séptimo mes mi médico me dio la baja, pues tenía tal contractura de espalda que no me podía mantener derecha.
Estos siete meses fueron un infierno.

En este tiempo ya se había acabado el nuevo laboratorio del hospital, se habían introducido máquinas nuevas y el jefe junto con la supervisora de enfermería y la coordinadora de calidad se creían y se creen los amos del laboratorio. Como ellos lo han montado y organizado, están convencidos de que el laboratorio les pertenece y estaban firmemente decididos a no dejarme entrar en el sistema.
Entonces pensaron que, además de todo lo que ya me habían hecho, sería una buena idea presionarme para que dejara de hacer guardias. En ese momento creyeron que eso me fastidiaría mucho.

El jefe había organizado un cursillo de tres días en el hospital, para aprender el funcionamiento de una máquina nueva de Urgencias y me llamó por teléfono para decirme que tenía que ir. El inconveniente era que no vendría nadie a sustituirme en mi trabajo. Es decir, por la mañana tendría que ir al hospital al cursillo y por la tarde al ambulatorio, donde yo trabajaba en ese momento, hasta que acabara todo el trabajo de la mañana. O sea, trabajo doble y sin compensación ni agradecimiento: me negué rotundamente. Me chilló como un energúmeno, diciéndome que era una protestona y que en vez de protestar tanto mejor sería que trabajara más. Esta es una razón más por la que odio el teléfono.
Consecuencia: me quitaron las guardias. Pero no lo hizo el jefe directamente sino que consiguió que me las quitara un Director Médico recién incorporado al hospital: el macaco Molino. Este macaco tiene un nombre muy adecuado pues me hace comulgar con ruedas de molino todo lo que el jefe me quiere imponer, por muy injusto que sea.

Por otra parte, el macaco Molino y el jefe se reunían con la supervisora de enfermería del ambulatorio donde yo trabajaba, para decidir la organización y el cierre del laboratorio. Es decir, me ningunearon continuamente: yo no contaba para nada.

Después de siete meses ya estaba harta de que el jefe y sus secuaces se divirtieran a mi costa y mi cuerpo ya no resistió más. Mi médico me dijo que el trabajo me estaba matando y me dio la baja.

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